Preguntas.
Esteban mira sus manos extendidas, sus ojos perdidos aún se encuentran en el pasado, sus oídos no pueden detener el zumbido generado por el gritar del cañón, casi puede oler la sangre, casi puede mirarla en todo su cuerpo, casi puede sentirla salpicar su cara, una y otra vez.
Por fin algo diferente al zumbido llega a sus oídos y aun con la mirada en el vacio observa la figura que tiene enfrente
–Hijo de la chingada ¿cómo se te ocurrió? –Las palabras flotan en el aire antes de que Esteban logre asimilarlas ¿Acaso es por el impacto de los hechos? ¿Es por la droga que se mete desde hace años? O simplemente su alma se aleja del cuerpo como las ratas de un barco que se hunde.
–Yo no quise hacerlo –pausadamente contesta Esteban y su voz desafinada de adolescente no ayuda en nada a ocultar el miedo que siente en lo recóndito de su ser.
Por fin los ojos han alcanzado al cuerpo, al alma y a la memoria y empiezan a llorar
–No quise hacerlo, en verdad no quise hacerlo
–Acabas de joder todo, piensa en tu madre pendejo, piensa en tu padre.
–Ayúdame carnalito, se que tú puedes hacer que esto pase.
El carnalito lo mira con desesperación, todo su cuerpo le dice que corra, que se olvide de lo que vio y que visite a su primo en Michoacán, pero se queda, su cuerpo al ver que la mente no obedece un instinto tan primario como la sobrevivencia sólo pude temblar sin control y dar pequeños saltos sobre el piso manchado de sangre.
El carnalito mira nuevamente, ahora con lástima, el cuerpo rendido de Esteban y mira con lástima el cuerpo baleado enfrente de él, mira sus ojos suplicantes, sin vida. ¿Murió pidiendo auxilio? ¿Qué fue lo último que pensó? ¿Por qué tiene esa mirada de terror en su rostro? El carnalito nunca olvidará ese rostro. Aún no lo sabe, pero ése y otros quince rostros lo esperarán para acompañarlo camino al Hades, al Mictlán. Sin embargo en ese momento nada importa.
–Hay que moverse – el carnalito sabe qué es lo que tiene que hacer.
–Vente cabrón tienes que moverte de aquí.
Unas calles adelante, el mundo ya no importa, el tiempo se detiene y la realidad es mutable, Esteban y su carnalito sienten que flotan por el espacio, la materia pierde consistencia y nada es lo que parece, su viaje empezó justo después de pagarle a un hombre delgado que los corrió justo después de hacer la transacción
–Órale, hijos de la verga, no quiero que los encuentre mi hijita en ese estado, lárguense a matarse a otro lado.
Ellos vuelan, hacia tiempos más tranquilos, sienten la paz de no tener preocupaciones, antes de que se complicaran la vida, antes de que vendieran su alma al Demonio. Perdieron todo y no ganaron nada.
Los dos se abrazan y ríen.
–Te dije que sabía qué hacer, carnal, sólo yo te puedo cuidar, a dónde vas no vas a conseguir este alcohol tan fácil, ni esta mercancía tan barata, te lo digo, mi hermano esta allá guardado.
–Gacho carnal, gracias, tú si sabes qué pedo, ¿sabes que hace falta?... unas viejas
–Y sí que van a hacerte falta.
Sus risas estridentes son borradas, su cuerpo completo se ve cubierto de una luz roja, el canto de las sirenas que profetiza su perdición.
–¡Ah chingá! ¿Cómo dieron conmigo?
El carnalito empieza a llorar y abraza a Esteban.
–Fuiste tú ¿verdad? –dice Esteban apunto de vomitar
–No quiero ir con mi hermano y tú la regaste bien feo
Esteban llora y no dejará de llorar en mucho tiempo, preguntándose siempre: “¿por qué lo hice?”
lunes, 14 de enero de 2008
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