La música se oye a todo volumen, él canta e incluso baila sin soltar el volante; “eso debería ser ilegal” piensa otro conductor que lo mira bailar, cantar y conducir a una velocidad considerable, pero a él no le importa, ha tenido un día estresante y lo único que quiere es llegar a casa antes de que sus hijos lleguen de la escuela.
Se aleja de la avenida y los arboles le cierran los flancos, el bullicio de las grandes calles desaparece ante la tranquilidad de la colonia donde vive, antes de llegar a su casa ve: una, dos, tres patrullas que merodean la zona y él se siente protegido.
Detiene su carro en la cochera y un gran perro negro le salta encima bailando e intentando lamerle la cara, él le da unas palmaditas y avienta cautelosamente a esa bestia oscura, se detiene y mira el árbol que plantó cuando se mudo a esa casa, satisfecho entra.
Con portafolio en una mano y el saco en la otra sigue tarareando la canción, avienta la vestimenta al sillón amarillo de la esquina, prende la televisión plana que está sujeta como una pintura a su pared mientras sigue caminando a la cocina, al llegar abre su refrigerador que es más grande que el dueño y saca comida fresca, deliciosa; se prepara un sándwich para matar el hambre en lo que llega su esposa y le hace algo rico para la hora de la comida, regresa al sillón largo que está enfrente de la televisión, pasa sin siquiera mirar el titulo de su carrera colgado de una manera elegante y presuntuosa como si quisiera demostrar algo a la nada. Se quita los zapatos y mira la televisión mientras sube los pies olorosos a la mesa de centro de cristal, su esposa lo mataría si viera que hace eso, pero es uno de los lujos que él se da cuando se encuentra completamente solo, al final de cuentas se lo merece.
El programa es una basura y se aburre a los cinco minutos, le cambia el canal, increíblemente no hay nada en los cincuenta canales que tiene. Apaga la tele y avanza a su estudio, le llevo años terminarlo, pero sin duda valió la pena, es su lugar favorito en toda la casa, en su escritorio de madera fina esta un teléfono, una computadora de pantalla pequeña y la foto de sus hijos. Agarra un libro y lo lee hasta quedar dormido, tiene cosas que hacer, pero es un pequeño lujo que él se merece, al final de cuentas ha logrado cosas que muchos que empezaron como él nunca soñarían.
Un zumbido y él sigue soñando, otro zumbido y él se mueve, el tercer zumbido lo despierta molesto ¿Qué hora es? No lo sabe, la casa sigue en silencio así que no debe ser tarde ya que su esposa no ha regresado con sus hijos. El zumbido continúa y continúa, hasta que contesta el teléfono.
–Diga –contesta él bastante irritado.
No pasan más de cinco segundos cuando todo su cuerpo sufre una metamorfosis, casi un retroceso. Sus piernas le tiemblan, sus ojos quedan como dos grandes platos, su mano se siente tan débil que tiene que hacer un esfuerzo para mantener el auricular al nivel de la oreja, su frente empieza a sudar y su mano libre hace su cabello hacia atrás mostrando sus entradas muy bien cubiertas por estilistas caros, por primera vez en mucho tiempo siente miedo.
–¿Cómo conseguiste este número?... ya no soy “El Ojos”, nunca más… ¡no puedes hacerlo!...¿Qué?.. No te atreverías a tocarlos… éramos carnales….¡NO!
Suelta el teléfono y empieza a correr por toda su casa, sube a las habitaciones, gritando el nombre de su esposa y de sus dos hijos, pero solo le contesta un silencio que entra por cada uno de sus poros, llega a la ventana que da al balcón, la cortina está cerrada y tiene miedo: la abre y la oscuridad invade el cuarto y su alma.
Regresa derrotado a su estudio lleno de libros, los cuales menos de la mitad ha leído.
–¿Qué quieres? –contesta “El ojos” derrotado– De acuerdo, lo hare, pero va a ser la última… te lo prometo, será la última… hablo en serio… sí lo será, no volveré a caer, te lo prometo –cuelga el teléfono– Te lo prometo, no volveré a caer.
Enciende un cigarro mientras medita como su vida se está yendo al infierno… o tal vez nunca salió de ahí. Se para y observa los libros que leyó, los que nunca leerá en su placentero retiro junto a su esposa y agarra un libro delgado y negro. Abre una hoja al azar y lee. Después de un momento no puede contener la risa, la carcajada; tira el libro y sigue riéndose, la risa se convierte en un grito y el grito en llanto, empieza a aventar todo lo que ve, su Diploma de posgrado, los cuadros de la pared, la foto de su boda; nada de eso importa, nunca existió, nunca salió.
Se sienta en su escritorio, silencio, puede oír su corazón cargado de adrenalina, la risa de sus hijos, los aplausos de su jefe; puede oler el perfume de su esposa, el olor intimo después de hacer el amor, las flores que le compro cuando le propuso matrimonio, abre un cajón, la toma… grita y después silencio.
Una, dos, tres, patrullas están fuera de la casa de “El ojos”
–¿Y esta madre? –dice el policía señalando el árbol que “El ojos” planto cuando se mudo
–No sé, pero esa ramita se ve bien cagada, toda torcidita. –contesta su parejita.
El perro esta en un rincón no quiere moverse, no puede hacerlo. Dos niños están a su lado, no los dejan entrar.
Al final todos se retiran satisfechos por su papel detectivesco y la esposa de “El ojos” se queda sola en el estudio, la mancha de sangre aun se puede ver en la pared atrás del escritorio donde se sentó por última vez su marido. Su alma esta ida, su visión perdida, solo logra agarrar un libro abierto en el suelo y alcanza a leer:
“…Si uno busca trocitos de pasado
tal vez se halle a sí mismo ensimismado/
volver al barrio siempre es una fuga”
La mujer suelta el libro antes de caer de rodillas, llorando se da cuenta porque su esposo se suicido.
sábado, 19 de enero de 2008
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2 comentarios:
¿Benedetti, acaso?
Me gustó, la idea que yo tomé al principio del cuento me parecía que sería la familia del "ojos" quienes mueren, la idea de las patrullas y de la seguridad de la cual se sentía rodeado, me daba esa impresión. me gustó el final. cambió lo que yo pensé que ocurriria. Espero otro cuento eh!!!!
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