viernes, 17 de enero de 2014

La lluvia

La lluvia caía con inclemencia en la ciudad, no había día que las calles no estuvieran repletas de riachuelos moviéndose como serpientes desesperadas por encontrar un nuevo hogar.

El cielo era oscuro y tormentoso, los rayos eran los únicos destellos que iluminaban el cielo y los truenos erizaban la piel de todo aquel infortunado que los oía.

En las noticias mostraban los estragos que sufría la población por la tormenta: inundaciones por la falta de infraestructura, casas hechas pedazos por la poca calidad de sus materiales, personas ahogadas en ríos formados en las faldas de los cerros.

Sin embargo, la vida continuaba en la ciudad, la gente iba a trabajar, a la escuela, a intentar seguir su vida como si eso fuera normal, a pesar de que todos sabían que esa lluvia tenía algo extraño, no era común, los abuelos no recordaban un aguacero tan duradero e inclemente y los niños despertaban llorando por el ruido de los truenos en el cielo.
Cuando empezó a suceder nadie le puso demasiada atención, empezó como pequeños baches en las calles, de por sí, pobremente pavimentadas.

Esos baches se volvieron hoyos peligrosos, amenazando con destruir la suspensión de los autos, las autoridades pusieron señalamientos, en el mejor de los casos, aunque la mayoría de las veces solo ponían una llanta como advertencia, pero eso pasaba en calles secundarias, lugares sin importancia, así que a nadie le importó.
Como plaga esos hoyos se esparcieron por toda la ciudad, ya no solo afectaba a calles secundarias en colonias perdidas, pasaba en avenidas y en colonias de gente mejor acomodada, en parques y monumentos recién construidos. Desde la banqueta las personas se asomaban para ver las venas que formaban la ciudad: el cableado de luz, el desagüe y tubos que nunca se imaginaron que existían debajo de sus hogares.

La gente se alarmaba, las autoridades intentaban sellar los hoyos que daban al desagüe, pero no servía de nada, al contrario, la tierra humedecida se hundía más y más hacia el vacío de las entrañas de la Tierra, con paraguas y chalecos impermeables los niños se asomaban a la orilla del pequeño precipicio que se había hecho afuera de sus hogares, escupían y aventaban cosas, pero nadie oía en qué momento caía, tal vez por el sonido de las gotas de lluvia cayendo contra su impermeable o tal vez porque ese escupitajo y ese objeto que aventaban ya no formaba parte de la gran ciudad.

La lluvia seguía cayendo y con ella una parte de la propia ciudad caía hacia ese vacío indeterminado, como si un hoyo negro se fuera tragando una ciudad que ya no merecía vivir. Muchas calles se volvieron cráteres en la tierra, la gente empezó a huir. Muchos cayeron cuando huían de la ciudad, se perdían en el abismo junto con sus posesiones y parte del pavimento, solo dejando como testimonio de su existencia un grito que se oía hasta el infinito.

Colonias enteras se volvieron pueblos fantasmas y los saqueadores no se hicieron esperar, sin embargo era una actividad para valientes, la gente caminaba por las calles como si fueran arenas movedizas, el agua en el suelo te podía hacer caer hacia un cráter o con un paso más fuerte de lo normal te hundías hacia la oscuridad.
Nadie entendía por qué pasaba, nadie podía dar explicación; muchos bajaron al vacío intentando buscar la iluminación, pero pocos fueron los que subieron y llegaron con más preguntas que respuestas, hablaban de cosas irreales, cosas absurdas. Muchos de ellos prefirieron guardar silencio para no arruinar su reputación de personas de ciencia.

La cuidad se seguía cayendo a pedazos. Los edificios, que una vez gobernaron el horizonte de la ciudad, colapsaban rendidos ante las gotas de lluvia no importaba si eran nuevos o viejos, cuando caían se iban al abismo sin dejar rastro.

Para ese punto la mayoría de la gente se había ido de la lluvia, del abismo, de la ciudad, de las teorías absurdas y de los relatos sin sentido. Porque qué persona ecuánime creería en los comentarios de los ancianos sobre el diluvio, el día del juicio y la ira de Dios; qué persona cuerda creería los rumores que hablaban de animales acuáticos debajo de una ciudad que se encontraba entre cerros y muy lejos de las costas, qué persona con algo de sentido común escucharía seriamente las leyendas que hablan sobre voces extrañas que salían del abismo.

Los únicos que quedaron atrás fueron los muy necios, las personas que creyeron poder sacar provecho de la situación y la gente que no tenía a dónde ir. Solo ellos supieron lo que pasó la última noche cuando se oyó El Gran Estruendo, solo ellos supieron qué paso cuando la ciudad se volvió una gruta dantesca aun inexplorada; solo ellos supieron qué paso cuando la lluvia cesó.



3 comentarios:

Jorge Jaramillo Villarruel dijo...

Te aplaudo. Excelente relato, terror del que a muchos incomoda porque no te dice las causas de lo ocurrido, tan sólo te lo muestra.

Andres Ortiz dijo...

Gracias hermano, significa mucho para mí eso :D

Andres Ortiz dijo...

Gracias hermano, significa mucho para mí eso :D