
Temprano se despierta por una tos repentina, bastante seca, siente que tiene una pequeña canica húmeda en su garganta; se queda viendo hacia su blanco y sucio techo, pasa un tiempo así sin moverse, sin pensar, solo mira el techo, enciende un cigarrillo, fuego, exhala.
Su cuerpo es delgado, descuidado, la barba está mal cortada, su aliento huele mal, sus dientes amarillos delatan una mal higiene bucal, sus ojos negros están inyectados de sangre, se rasca una cabeza que está quedándose calva y nada de eso le importa, solo se levanta de su cama por inercia, su habitación huele a encerrado, a humo viejo de cigarro. Hace años que es así, solo un impulso mecánico le hace moverse, caminar e ir al trabajo.
Se baña, otro cigarro, fuego, inhala. Se empieza a vestir mientras ve el televisor, noticias, series, eso no importa, lo importante es callar esa tos que desde hace años no lo deja, solo piensa “Maldito cigarro”
¿Desayuno? ¿A quién le da tiempo de eso? Sale corriendo a trabajar, la gente lo ignora, no es su culpa es que todos corren, el tiempo no alcanza.
Llega a la parada del microbús. Cigarro, fuego, inhala. En sus oídos tiene los audífonos siempre gritándole comerciales, malos chistes y noticias de la radio, no entiende por qué, pero no le gusta el silencio.
Al llegar a su trabajo, se puede sentar tranquilo en su escritorio, escribe sin parar, le pasan documentos, los transcribe, los verifica, ortografía, fechas, todo en correcto orden, es bueno para eso. Continúa escribiendo y casi puede hacerlo sin necesidad de poner atención, le gusta su empleo.
En la hora de la comida, todos se van en pequeños grupos a comer, a platicar, a criticar al que no está presente, él va con un grupo normal, no son amigos, no son extraños, pero se toleran mutuamente y es que han de saber que no es un hombre solitario del todo, como cualquier persona gusta de la compañía, sin embargo el primer contacto es el que teme, una vez intento acercarse a la secretaria que se sentaba enfrente de su escritorio, sin embargo nunca pudo cumplir con su meta, pasaba de largo, solo miraba sus ojos cafés claros hasta que ella le devolvía la mirada y él aterrorizado se enterraba en su monitor, solo encontraba consuelo a su pena con cigarro en mano y una suave sabana de humo envolviéndolo, protegiéndolo de todo contacto. Cigarro, fuego, inhala y todo parecía más relajado, nada parecía tan importante, la realidad misma perdía consistencia.
–Oye, debes revisarte esa tos.
–Sí, muchas gracias, lo haré.
Conversaciones como esa le disgustaban, pero tenía que aceptarlas para no alejarse del grupo que cómodamente había hecho a su alrededor, todos ellos se juntaban para comer, medio platicaban, fumaban y luego se veían hasta el siguiente día. Ese tipo de contacto era el ideal para él.
Sale del trabajo. Cigarro, fuego, tose un poco, inhala. Camina con ese ruido en los oídos, reporte de transito y banalidades de ese estilo “¿qué importa eso cuando siempre hay tráfico?” Pero, nuevamente él no puede estar sin sus audífonos y su viejo radio portátil, le gustaría comprarse un reproductor de mp3 o incluso un Ipod, pero “¿qué música le pondría?”
Llega a su casa al anochecer, en el camino solo mira las caras de las personas sin realmente mirar, no le gusta ver las caras tristes en el microbús, le incomoda mucho ver otros rostros tristes, con él suyo es más que suficiente, cigarro, fuego, inhala.
Hace unos años se pregunto a si mismo ¿estoy triste? No, simplemente está aburrido y con un alivio resignado de un ciego que reconoce a tientas las paredes de su celda, continua inhalando y exhalando humo, cigarro tras cigarro.
Primero se quita el saco, lo avienta; luego continua con la corbata, los zapatos y la camisa, siempre de la misma forma, siempre su ropa va al suelo. Cigarro, fuego, inhala, exhala. Llega a su habitación y enciende la televisión las imágenes ficticitas de un mundo que no es el suyo le hacen compañía, alivian su soledad.
Empieza a toser, primero se tapa la boca sin dejar de ver el televisor, pero cada vez la fuerza es más fuerte, sus pulmones mismos quieren salir de esa prisión de humo que se ha vuelto su cuerpo, con gran esfuerzo los detiene y pone en su lugar, siente algo en la garganta, la pequeña obstrucción que no lo deja, traga saliva para que ese algo vuelva de donde vino, se mira al espejo y ve que su rostro está todavía rojo, tiene lagrimas en los ojos, se limpia los ojos y nota que las lágrimas siguen fluyendo, como un espectador desde el espejo se contempla como no para de llorar, no lo entiende, cómo es que puede ver a ese extraño llorar en el espejo y no sentir nada por él.
Cuando el tipo del espejo calma por fin su sufrimiento, se limpia nuevamente los ojos, cigarro, fuego, inhala y exhala humo que lentamente va subiendo hasta el techo de su habitación. Prepara su cena, la come frente al televisor en una mesita que vio mejores tiempos, sin embargo sus patitas de aluminio y su tabla azul de plástico no ignoran su procedencia de rebaja en un súper mercado. Simplemente la compró porque es funcional, al igual que los pocos muebles que tiene en su pequeña casa, esas paredes donde habita y que parece, a pesar del espacio, tan vacía.
Termina de cenar, cigarro, fuego, exhala, sombras grises salen de su boca con aliento amargo. Es hora del noticiero, le gusta verlo en pijama, listo para dormir en cualquier momento, termina el segundo cigarro desde que terminó de cenar y duerme. Dormir es su hobbie favorito.
Vuelve a amanecer, mira su techo blanco con un leve dolor de pecho. Cigarro, fuego, inhala, se levanta y siente ese aroma acido en su boca, se dirige a su baño “¡mierda!” va a la cocina, abre la llave del agua y llena un vaso, camina nuevamente al baño y le echa agua a una planta triste con las hojas caídas y de un color verde mal sano, que si pudiera hablar no sabría si decir “ya era hora cabrón” o un simple y refrescante “gracias”; deja el vaso a un lado y mientras orina siente que la tos llega, la fuerza violenta de su cuerpo lo dobla, grita, esta vez sus pulmones en verdad quieren salir, pero él los logra detener nuevamente. No puede dejar salir eso de su cuerpo, es lo único que conserva, esa tos y los cigarros. Después de un momento agarrándose el pecho con fuerza, se levanta y continúa con su vida.
Se cambia, cigarro, fuego, inhala, exhala, calle, microbús, ruido en sus oídos, por eso no alcanzo a oír al hombre que entraba gritando al transporte que él usaba, no oyó cuando el ladrón le ordenó que le diera todo lo que tuviera y por mirar al vacio nunca vio como el ladronzuelo lo golpeaba en la cabeza con la culata de su arma. El fumador cae al suelo su cabeza le arde y el shock se extiende por todo su sistema nervioso, lo inunda y solo puede sentir dolor. En ese momento, con el fumador tocándose la cabeza confundido sus defensas bajan, la tos vuelve, ahora más violenta, primero se dobla aun más, en una posición fetal bastante grotesca, llena de dolor, sus manos se agarran el pecho que siente que explotara, escupe saliva, luego saliva mezclada con sangre; el ladrón con la mitad de los pasajeros huyen del bus cuando el fumador empieza a vomitar, pero la tos no disminuye, al contrario, sus pulmones están a punto de salir de su cuerpo y no dejaran escapar está oportunidad. El fumador respira con dificultad, no deja de toser, sus ojos llorosos muestran desesperación, tal vez es el fin, así terminan sus días: con una tos que bloquea su garganta. Hace ruidos salvajes intentando despejar su garganta sin éxito alguno. Su cuerpo no puede y la oscuridad lo abraza, su hobbie favorito es dormir.
–Señor, ¿está bien? ¡Llamen a una ambulancia!
Es lo primero que alcanza a oír, no es ruido, no es vacio, es la voz de otra persona, abre los ojos y observa a la persona que lo sostiene con franca preocupación.
Se inca y como un impulso casi olvidado le sonríe –estoy bien, muchas gracias.
Se oye, asombrado, su voz es diferente, voltea a ver al piso del microbús y su asombro no tiene igual, no ve sus pulmones como hubiera esperado, ve una masa negra, palpitante y moribunda del tamaño de un puño. El fumador la mira y se levanta sin poder quitar la mirada de esa masa negra y toxica que tenía en su cuerpo, que se hospedaba en su pecho, se aleja poco a poco mirando a su antiguo inquilino, sin dejar de mirar se despide de un viejo amigo, se baja corriendo del bus, no le importa las miradas confundidas, ni las groserías del conductor, solo corre.
Siente el aire en su rostro, sus pantalones mojados y sucios de vomito y porquería que venía de su propio cuerpo y no le importa solo continua corriendo, no se da cuenta con el frenesí que ha olvidado su viejo radio, sus oído sienten el alivio del silencio, por primera vez en muchos años o tal vez en toda su vida, el fumador está con él mismo, sin distracción alguna.
Llega a su trabajo, sube las escaleras. Camina despacio, no entiende porque pero quiere disfrutar este momento, siente el palpitar en su pecho, su rostro se pone rojo de pena, aun así continua, la ve como si fuera la primera vez que se pierde en esos ojos cafés claros, respira profundamente y escucha su voz, no la del extraño del espejo, sino su verdadera voz que dice sin temor y emoción:
–Hola ¿quieres almorzar conmigo?

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