domingo, 2 de mayo de 2010

Bailarina

(A las mujeres que nos recuerdan aquella canción que olvidamos)

Ahí se encuentra Ella en medio de la calle, las nubes oscuras se alejan pero el concreto aun sigue húmedo; mira hacia la derecha y solo ve a una señora vestida humildemente que camina sin despegar la vista del suelo, cuando levanta su mirada solo es para lanzar envidia y un poco de rencor.

Ella mira hacia la izquierda y ve hombres vestidos de traje, platicando de “temas importantes”, caminando como si fueran importantes, muy decentes se ven, muy caballerosos lucen, pero ella observa en sus ojos la lujuria con que la miran, solo fue un instante, sin embargo ella conoce muy bien esa mirada, la ha visto desde muy joven y muchas veces utilizó ese deseo para sus propios fines.

Es que Ella no es fea, su rostro moreno claro esta sutilmente maquillado para resaltar el tono café de sus ojos y para enmarcar esas bellas facciones con las que nació; su cuerpo es delgado nada exuberante, aun así sus senos son resaltados con el escote de su traje sastre, su cintura solo hace que su falda moldee mejor sus piernas y su peso lo soportan unas zapatillas de diseñador que aun está pagando con su nada despreciable sueldo.

Mira hacia abajo: un charco de agua sucia le devuelve la mirada; ¿es acaso qué siempre se te ve tan triste? Basura amontonada de color luminoso, que ya nadie quiere, que todos han olvidado.

Mira hacia arriba, las nubes se alejan y por primera vez en mucho tiempo ve el cielo tan puro, tan cristalino ¿por qué siempre vemos con añoranza el horizonte? ¿Por qué te hace sentir tan incompleta?

Cierra los ojos justo cuando un avión pasa rasgando el cielo, pero no oye el sonido de las turbinas, no oye los comentarios lascivos de esos jóvenes que pasan en motocicleta, no oye el sonido incesante del motor de carro, los tlaxón, ni el caminar pesado y aburrido de las personas que ven sin observar, oyen sin escuchar y viven sin vivir.

Primero como un leve murmullo, por primera vez desde hace mucho tiempo la oye, va creciendo hasta que la escucha perfectamente: música; esa música que nos unía a lo olvidado, esa música que ahora ignoramos porque reímos sin ser felices, porque tenemos que trabajar en algo que no nos gusta, porque hacemos filas, por pelear por tonterías y ver visiones muertas en un aparato inerte.

Primero suelta su bolsa y sus cosméticos, espejos, credenciales, dinero y demás basura caen al suelo. Con los ojos aun cerrados empieza a mover su cabeza a un ritmo lento, suave; pronto todo su cuerpo empieza a seguir el ritmo olvidado. Los zapatos le estorban, lastiman: se los quita; extiende sus brazos hacia el cielo, aun está tan lejos… y empieza a moverse de lugar, se siente tan ligera, sus pies no sienten la mugre de la banqueta, solo el aire, sus ojos no enfocan las miradas burlonas, los dedos señalándola ya que gira mientras avanza por la calle, gira como una pluma en el viento.

Sigue avanzando, buscando y lo ve; rápidamente corre, brinca, gira, baila con una gracia infinita; en la esquina una niña la señala con asombro, su madre mira a la mujer con reproche por su libertinaje, el hombre la ve con deseo. Ella gira y gira mientras se quita el saco y lo tira al suelo, en ese momento ella los ve, solo por un segundo los ve y les sonríe con felicidad verdadera.

La dulce familia la mira a los ojos, la niña se emociona más y empieza a su vez a bailar, los padres quitan la mirada avergonzados, no saben bien porque pero se avergüenzan de si mismos, pero no se detienen a pensarlo, solamente se retiran de la calle para poder regresar a su placentero olvido.

La Dama que baila sigue moviéndose no puede ni quiere detenerse, ya que el hacerlo significaría olvidar, significaría morir. Continua así hasta que llega a un puente de metal pintado de negro y amarillo en muy mal estado. Cada escalón que sube se siente más ligera, más ágil, más joven; cada escalón es un paso, un giro, un brinco al ritmo de la canción que solo ella puede escuchar, que solo ella quiere oír.

Llega al centro del puente, de golpe se para y con desesperación extiende sus brazos al cielo. Aun está muy lejos. Su respiración es agitada, el sudor cae por su frente empapada, la blusa de esa marca fina ahora lastima su piel.

Mira a su alrededor, casas, autos, edificios a lo lejos: todos parecen tumbas. Sin embargo en el horizonte ve la tumba más alta, negra y soberbia ¡ahí es! Olvidando el cansancio empieza a bailar casi frenéticamente, gira, brinca, extiende su cuerpo, sus brazos se extienden como si fueran alas hacia cielo y su cabello se mueve hipnotizando a los observadores pasivos que la ven alejarse.

¿Cuánto tiempo ha pasado? No lo sabe, solo siente el latir de su corazón, solo oye la música en sus oídos y el viento en su cuerpo.

El sol se oculta, plasmando de purpura, rosa, rojo y azul las nubes que aún quedan en el cielo ¡es tan bello ese atardecer!

Nadie la detuvo, nadie dijo nada, nadie la acompaño en su baile. Cuando entró al edificio solo la miraron extrañados, confundidos, todos se apartaban como si vieran algo sagrado que no alcanzaban a comprender. Sube cada escalón, de cada piso de la soberbia tumba sin perder su gracia, su belleza, es poesía hecha baile, se ha convertido en algo divino.

De un salto llega a la azotea y pareciera que todo el mundo se detuvo con ella; su cuerpo está agitado, toda su piel está bañada en sudor, en el horizonte se ve el sol ocultándose, el multicolor del cielo sonríe con felicidad; las estrellas se empiezan a ver y Venus rige los cielos. Primero un paso lento, tobillo y planta de pie; luego el otro; se desprende de sus ropas: primero la blusa, la falda cuesta trabajo pero se la quita mientras aumenta la velocidad de sus pasos, solo un pequeño acorde de su cuerpo y empieza a bailar de nuevo. Ya desnuda empieza a girar, a brincar y a bailar, rápido, rápido, más rápido, cada vez más rápido…. vuela

Su cuerpo se hace luz, la música la atrapa con los brazos extendidos; se desintegra.

Ahora es una con las estrellas…

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