Nunca fui el hombre más valiente, fuerte y mucho menos el más inteligente, lo sé, era un trabajador de la mar, tenía que ser rudo, pero sin dudas dejaba mucho que desear, siempre fui gris en todo lo que hacía.
No me frustraba, estaba satisfecho con mi destino y lo había aceptado, tenía un empleo que me llenaba, me gustaba surcar los océanos en el buque mercante “Zebras Star”, donde tenía que cargar y descargar la mercancía una y otra vez, una y otra vez… ¡Al menos tenía un buen sueldo, no estaba en una oficina aburrida!
Yo estaba en cubierta fumando un cigarrillo, el helado viento de la madrugada golpeaba mi rostro cuando todo inicio: la leve tormenta que se esperaba de un momento a otro se volvió el dedo furioso de Dios, todos los hombres estaban asustados, el Capitán se intentaba mantener fuerte según su posición pero el color de su piel lo delataba; los mares oscuros golpeaban salvajemente el “Zebras Star” una y otra vez.
Todos corríamos intentando sujetar la carga y a la vez eludir la furia del mar. Pero fue inútil Dios se había enojado con nosotros por alguna razón y ahora nos castigaba mostrándonos el verdugo que nos hundiría.
El Capitán y todos sus marineros dejamos de movernos, incluso la lluvia parecía detenerse, el sonido se alejó en respeto a nuestro trágico destino, los 5 sentidos de todos nosotros se concentraron en lo que sería el ejecutor, fue un momento de paz. Simplemente la ola llegaría y todo acabaría para bien o para mal.
Recuerdo ver ahogarse a varios de mis compañeros, el barco hundiéndose con El Capitán dentro, era un buen hombre. Recuerdo haber luchado por mi vida, ¿acaso intentando nadar en medio del inmenso mar? ¿Acaso sujetándome de partes del barco y de la carga que contenía? ¡Oh Dios! ¿Acaso sujetándome de otros compañeros? Ahogándolos para poder sobrevivir, para poder tener solo unos segundos más de oxígeno. Eso no lo recuerdo.
La tormenta se detuvo, la Luna abrió paso al Sol y todo se volvió a la tranquilidad, no había más que algunos vestigios de lo que era el “Zebras Star” todo lo demás había desaparecido, simplemente no estaba, incluidos los cuerpos de los demás, me había quedado completamente solo.
Arriba de una caja destruida que contenía “dios-sabrá-que” pude sobrevivir flotando sin más rumbo que mi muerte. Siempre estuve solo, al menos así me sentía, pero estar naufrago, en medio del mar, sin nadie con quien compartir de pronto me angustio, la tranquilidad de mar me desquiciaba rezaba por un tiburón, por una ola, por algo ¡Cualquier cosa! Todo se había hundido con el buque mercante. Si al menos hubiera quedado un cuerpo para ver un rostro, para ver a alguien, gritaba, no recibía respuesta. Lloraba nadie me observaba y en la tranquilidad de la muerte me deje vencer, como siempre moría en vida, Los sueños me daban un fugaz refugio a mi condena prolongada.
Y una vez más cuando la muerte estaba a punto de llevarme, ahora por agotamiento, insolación, sed y hambre, paso lo impensable. En el horizonte se veía una figura, si alcanzaba a llegar allá podría llevarme la sorpresa de que era un barco o incluso tierra firme.
Con lo último que me quedaba de energía y con toda la esperanza puesta en un punto en el horizonte avance.
Nunca la arena me había parecido tan maravillosa, su simple color m hizo llorar de felicidad.
Sin embargo seguía solo, ni un solo marino había llegado hasta ese destino, era el único que estaba ahí. La isla eran sobre todo rocas, arena y palmeras, el agua era un problema, tomaba muy poco agua que encontraba en charcos de lluvia entre las palmeras. Era la clásica isla de las películas, pero yo no tenía herramientas para hacer una balsa o un refugio.
Camine por varios días a la orilla de la playa, qué más podía hacer, seguía caminando y viendo el inmenso azul. Después de varios días supongo que una o más semanas, es cuando empecé a escucharlo. Primero pensé que era el viento, luego creí que un pájaro pequeño, pero la tercera vez creí volverme loco, no era posible oír eso en mi tumba de arena, piedras y palmeras, definitivamente el Sol había destruido mi razón. Pero tenía que investigar, tenía que ir a ver qué era eso.
Era tan suave, tan tranquilizador, me invitaba a acercarme, me decía que todo iba a salir bien, era el beso de una amante, era el abrazo de la madre, era el placer y la belleza; era la melodía más hermosa que había escuchado, pero sobre todo que había sentido en mi corazón.
No pude contenerme y seguí el sonido, estaba en la parte de la isla que estaba conformada principalmente de rocas.
En el arrecife, estaban ellas, m alegre tanto, era increíble por fin un rostro humano, por fin compañía, por fin alguien me miraba, pero no solo eran sus miradas, me miraban con intensidad en sus ojos, me miraban y atravesaban mi alma con solo intentarlo, me desnudaban y por medio de su mirada me mostraban mi más puro ser.
Una de ellas era la que cantaba esa dulce melodía, la otra me miraba con unos dulces ojos tan azules como el cielo mismo y la otra sonreía con una bondad y calidez infinita, sus labios rosados tan finamente delineados eran una invitación a ser venerados, a ser besados con el mayor cuidado que un hombre puede tener.
Eran las tres mujeres más hermosas que jamás había visto. Quería preguntarle tantas cosas, ¿cómo habían llegado ahí? ¿Por qué no las había visto antes? ¿Cómo es que podían estar tan tranquilas? ¿Cómo se llamaban? ¿Hablaban mi idioma? Pero entre más me acercaba más a ellas menos podía pensar en eso… simplemente me hinque ante ellas, sin importar las piedras cortando mis rodillas, el mar salado rodeando mi cuerpo, me sometí a la grandeza de esas diosas del mar y llore como un niño.
Una vez escuche la expresión “El tiempo es relativo” y nunca la entendí tanto como en aquellos momentos; mi vida siempre había sido un lapso interminable entre puertos y puertos. Los días eran tranquilos pero eternos. Cuando estuve en el mar los dos días que había estado naufrago se me hicieron más largos que toda mi vida y cuando estaba en la isla no cambio la situación Tenìa el cuerpo de un adulto, pero mi mente era anciana, había vivido cientos de años en solo unas aburridas décadas. Pero con ellas, con mis diosas del mar, todo era diferente, la vida había tomado una velocidad sorprendente; escuchándola, viéndolas mis días parecían minutos, la primera vez que reaccione mis uñas habían crecido y mi barba era ya prominente, hubiera jurado que habían pasado unos minutos ¿Qué había pasado? ¿Cómo es que no había muerto? Solo existía una razón: mis diosas no me dejaban morir, me alimentaban para que las adorara, era la única razón: me necesitaban. Y volví a ese trance comparable con el paraíso.
La segunda vez que reaccione, se me dificultaba respirar, me sentía débil y cansado, pero curiosamente revitalizado. Salí del sopor por un ruido mundano, me costó identificarlo, la segunda vez que lo escuche comprendí…era un barco estaba tan cerca que podía nadar hacia él. Nuevamente podría burlar a la muerte. Pero algo no estaba bien, los rostros de las diosas miraban inquietas el barco y con real angustia clavaban sus ojos benditos en mí.
He estado recapitulando todo desde que escuche el barco y De pronto lo entiendo, podría regresar al barco y volver a vivir 100 años más en una década, a esa aburrida vida, donde no era nadie o puedo quedarme aquí y escuchar el canto de mis diosas, ver sus formas divinas y ser especial, sin mi ellas desaparecerán para siempre, yo las mantengo vivas, por primera vez he dejado de naufragar, tengo una misión: Debo mantenerlas vivas.
Le doy la espalda a la soledad, con ellas estoy acompañado, con ellas puedo sentirme en mi hogar. Debo mantenerlas vivas….cueste lo que cueste……..
