Basado en un una canción de Enigma.
Olor a incienso que embriaga los sentidos, mirra que se impregna a los cuerpos; vitrales de santos voyeristas que atestiguan el pecado, observan el milagro; satín, sedas y pieles adornan las paredes; arriba candelabros de apariencia antigua iluminan las múltiples habitaciones de la casa, ayudados solo por cirios blancos; en cada habitación hay murales en el techo: Vehuiah, Mitzrael, Caliel vigilan unidimensionales lo que pasa bajo sus pies. Música sacra, música celestial y profana inundan los oídos. Bendita sea la liturgia que lo permite, benditos los devotos, solo tienen una regla: nunca mirar los rostros.
Feligreses danzan entre las habitaciones, entregados a su misión, bendecidos por la pasión, sienten el calor de los cuerpos derritiéndose entre sus dedos mientras unos labios acarician el contorno de su cuello; al otro lado de la habitación una mujer está cubierta por una tela purpurea, su cuerpo es abrazado por la sensualidad, mientras su respiración se estremece, sus labios entre abiertos no quieren dejar salir un suspiro, un leve suspiro que delataría el secreto de la agitación que sus senos perfectos no pueden negar.
Bajo la mirada inerte de Poiel, un hombre vela su esencia con una máscara negra. Deja la danza del ritual y se acerca a una mujer, a pesar de que ella, recostada en unos cojines, mantiene oculta sus facciones tras máscara de blanca luna, el hombre sabe que la ama, es todo lo que siempre buscó. Él extiende la mano y la mujer de Blanca Luna acepta el gesto. El hombre la levanta y rápidamente la pega a su cuerpo, ella lo rodea y acaricia cada musculo de su espalda, sus pies empiezan a moverse entrecruzados en extrema comunión, él no deja de mirar ese rostro inerte, puede ver quien es en realidad, ella no puede dejar de ver a de su amante, por esta noche son el uno para el otro, su refugio, su corazón y su alma por fin completada. El baile continúa mientras sus manos exploran cada centímetro de su cuerpo con extrema devoción. Ella acaricia su pecho y su cabello, él su cuello y sus hombros. La música termina por un momento, todos a su alrededor aplauden mientras van a sentarse en los cojines de los extremos de la habitación o tal vez, se dirigen a probar nuevos reinos; pero no ellos, ellos se quedan fusionados uno al otro, sus miradas atraviesan las mascaras que los cubren, se conocen profundamente; él poco a poco acerca su rostro al de ella, ella inmediatamente responde a los movimientos de su amor. Con extrema delicadeza y belleza sus labios de porcelana se tocan en el beso más tierno que jamás se haya visto desde que caímos del Edén.
Habitación tras habitación es la misma cacofonía de sentimientos, pasión, amor, festín inigualable de éxtasis sagrado. Brazos, labios, piel comulgando con piel, almas trastocadas por su semejante. ¿Cuánto ha pasado? ¿Días? ¿Meses? ¿Años? El tiempo pierde sustancia, no importa, lo único valioso es el sacramento, todos están entregados a un fin mayor.
Se escucha el leve replicar de unas campanas, en cada una de las seis habitaciones, tres hombres y tres mujeres con mascaras doradas se dirigen a los fieles, los hombres con una voz atronadora dicen –por favor pasen a la habitación central, la ceremonia principal esta por empezar. Las mujeres continúan la liturgia con una voz que evoca el hogar perdido –Síganos por favor, es por aquí.
Hombres y mujeres los siguen como a sus profetas, los seguirían por el desierto, hasta el mismo infierno.
Pétalos de rosa caen constantemente ¿de dónde caen? El aroma cubre toda la habitación central. En el techo, un mural muestra un bello amanecer, Nanael sonríe con clemencia lo que sus hermanos caídos buscan hacer.
Mascaras, antifaces, hombres y mujeres vestidos con la piel de Adán y Eva, vestidos con telas finas o disfraces aun más extraños. Todos se ponen cómodos, todos esperan a que entre.
Es una aparición, es una divinidad. La Dama entra en escena vestida completamente de blanco, su rostro muestra una paz absoluta, una nobleza y una belleza vestal sin igual, mira a cada uno de los presentes y puede mirar su corazón, su alma y su esencia misma. Se sube al atrio, justo en medio de la habitación y nadie se atreve a dejar de mirarla, la respiración es contenida.
Todo empieza con un palpitar, luego otro, la piel empieza a vibrar, el roce con el semejante es algo que no se puede ignorar. Y con la Dama mirando al cielo, el techo se agrieta.
Solo la punta de los dedos sobre el cuello, como la pluma de un ángel; su espalda pegada al pecho de otra mujer, con la diestra acaricia el vientre, no necesita tocar más, ella se estremece, siente el calor de su cuerpo junto a ella y ella busca más, desea más.
Ella se rinde ante la sensación, se recuesta en una cama de cojines y pétalos que caen del cielo expectante, su pareja la besa sobre la fina tela purpurea, como solo una mujer pude hacerlo, roza el contorno de sus senos, toca con el aliento sus muslos, mientras que la mujer acostada dobla la espalda, se entrega a su pareja, se entrega a ella en cuerpo y alma.
La Dama no debe mirar, solo observar al cielo expectante, pero su concentración es distraída por una sola pluma que cae con sutil danza en el aire, va bajando la mirada hipnotizada por el vaivén de la materia divina.
Su cabello es tan suave, no puede dejar de tocarlo, su aroma impregna sus sentidos, suave cabello de color de fuego cubriendo accidentalmente el cuello y pecho de su dueña, él toma las manos de ella y con fuerza las sostiene, ella exhala se deja llevar por la sensación de Eucaristía carnal, él voltea de la visión de su cabello y un hombre se acerca, sus labios se fusionan en lo que siempre debió ser.
La Dama baja la mirada: dos mujeres se besan con desenfreno solo separadas por una tela fina, mascara de una, sus manos exploran oscuros secretos que no habían sido develados desde los inicios del tiempo.
A su alrededor todos los feligreses cumplen la comunión, carne separada por el destino es unida por la fuerza del amor, el deseo y la pasión. La Dama observa alrededor, no era su misión mirar, ella era la elegida para la divinidad, sin embargo algo grita en su interior, ruge por salir. Su temperatura empieza a subir, siente su piel ardiendo, toca su rostro para el fuego que llena; mientras ve como dos hombres se entregan a la pasión que nunca se atreverían a defender más allá de la sacristía. Acto tan bello que es negado ante los ojos de los infieles.
No puede dejar de ver la pasión que se desemboca a su alrededor, es imposible dejar de ver, así que no sabe en qué momento dejaron de caer pétalos de rosa. Sin embargo toma en el aire una de las muchas plumas que empiezan a caer.
Con un toque delicado, casi tímido la Dama roza con la pluma divina sus mejillas, las orillas de su nariz, al llegar a la boca abre lentamente la boca y rosa temblorosamente cada centímetro de sus carnosos labios rojos, su lengua toca la punta de la pluma. Sin previo aviso con toda la fuerza de su ser hace la cabeza para atrás, como si una mano invisible la tomara de su cabello, la pluma baja por su fino cuello y la Dama Blanca empieza a moverse a agitarse con leves espasmos de su virginal cuerpo. Sus senos son invadidos por el toque de la pluma que en movimientos circulares los rosa. Y sigue bajando.
El Caballero de la Máscara Negra se mueve entre las manos que lo acarician con reverencia, los besos que le dan, solo importa La Mujer de la Luna Blanca. Ella a su vez lo busca entre todos los feligreses, por cada uno de ellos se deja sentir, con cada uno de ellos comulga de alguna manera, pero eso ya no importa solo importa su caballero de mascara oscura. Ellos se ven, por fin se encuentran y se abrazan, ellos llegaron a la perfecta comunión de la carne, amor y éxtasis. Ella se quita la máscara, quiere ser vista, tal y como es. Él la mira mientras su rostro lleno de tiempo, muestra el pecado original que nos condena a morir. Sin embargo es bañada por una luz dorada proveniente del cielo mismo, proveniente de sus corazones.
–Eres perfecta. –Él se quita la máscara, que muestra una vida dura fuera del templo.
Ella lo mira, mientras son bañados por la luz dorada, ahora más fuerte.
–Eres tal y como siempre te soñé.
Por primera vez sus labios se tocan, pero sus besos, muestran pasión de un amor que siempre existió.
La Dama Blanca, suspira, se explora, exhala con violencia, ha roto sus votos y ha traicionado a todos, pero no importa, ha encontrado la comunión con la pasión. La luz dorada la baña y ella vuelve a voltear al cielo sin dejar de explorar ese desconocido que era su cuerpo.
Las nubes del mural se mueven, se arremolinan y se alejan, la luz dorada es del Sol que ilumina el camino, mientras el Coro contempla esos actos de comunión y amor. El techo ha terminado de romperse y los exiliados de Dios han logrado su cometido. Sus hijos vuelven a casa.

